“De nuevo ―en la salida de la garganta― la hierba alta. No se ha marchitado en absoluto. Ondea silenciosamente. Y con qué alegría alborotan en el cielo (por encima de los árboles, por encima de los soldados) los pájaros. Tal vez en ese sentido la belleza sí que esté salvando el mundo. De vez en cuando aflora como una señal. Para no permitir que el hombre se aparte del camino. (Andando cerca de él. Vigilando). Poniéndolo alerta, la belleza lo obliga a recordar.”
El prisionero del Cáucaso. Vladimir Manakin
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